Cuando queremos expresarles nuestro cariño a otras personas solemos hacerlo con nuestros actos, acorde a lo que pensamos y a lo que queremos transmitirle al otro. Dentro de todas estas formas de comunicación las caricias no se restringen sólo a la intimidad corporal, sino que es un concepto mucho más amplio en el que existen otro tipo de caricias que son igualmente importantes y para las que no hay distancias.
Así Eric Berne, autor representativo del Análisis Transaccional, entendía las caricias como: “cualquier estímulo social que implica una unidad de reconocimiento humano”. Es decir, que la persona a través de gestos verbales, físicos, escritos o gestuales siente reconocida su existencia por otra que le da valor y que le hacen sentirse atendida, mirada y escuchada.
Esto supone una necesidad más del ser humano al mismo nivel que el resto de las necesidades fisiológicas (alimentación, respiración, sueño…) y que buscamos de diferentes maneras sustituyéndolas cuando no las encontramos. Las caricias positivas son aquellas que producen una emoción o una sensación agradable invitándole al otro a comportarse en la misma línea. Por eso un niño busca que, por ejemplo, cuando llega del colegio sus padres le expresen lo contentos que están por el dibujo que ha hecho o que un deportista busque la mirada de orgullo de su familia después de una dura competición. Todas estas muestras de afecto pueden realizarse de muchas maneras, más allá del abrazo, las palabras también tienen un poderoso efecto en nuestra psique.
Las caricias negativas, en contraposición, serían aquellas que generan emociones o sensaciones desagradables y que se pueden expresar de una forma agresiva causando dolor y disminuyendo la autoestima. Es tan importante el que nos sintamos “vistos” por aquellos que queremos que esto nos lleva, en determinadas situaciones, a preferir cualquier gesto antes que la indiferencia o la ausencia de este. Lo que provoca situaciones en las que ansiamos un grito a una muestra de total desinterés por aquella persona en concreto ya que eso implica, erróneamente, que le “importamos” de alguna manera. Como decía Steiner: “la sensación de vivir dentro de un vacío emocional es infinitamente más insoportable que cualquier dolor físico”.
Fue este autor, precisamente, discípulo de Berne quién desarrolló dentro de esta perspectiva una teoría denominada la “economía de las caricias”. Siendo estas un conjunto de normas, culturalmente aceptadas y no explícitas que se transmiten de padres a hijos impidiendo un libre intercambio de estímulos sociales.
Dichas leyes son:
- No des caricias positivas, aunque tengas para darlas.
- No pidas caricias cuando las necesites.
- No aceptes las caricias, aunque las quieras o las merezcas.
- No rechaces las caricias que no quieras o las caricias negativas.
- No te des caricias positivas a ti mismo/a.
Como contrapartida postuló otras normas como leyes de la “abundancia de caricias” que especifican lo siguiente:
- Da todas las caricias que quieras.
- Pide las caricias que necesites.
- Acepta aquellas caricias que quieras o que pienses que merezcas.
- Rechaza aquellas caricias que no quieras.
- Permítete acariciarte a ti mismo y valorarte.
Este cambio de perspectiva implica que podemos relacionarnos de otra manera con los demás y con nosotros mismos ya que tendemos a “aceptar el amor que creemos merecer”.
Por ello, en este momento de crisis sanitaria en la que los contactos son más limitados quiero que te des un momento para pensar acerca de algunas de estas reflexiones: ¿cómo crees que podrías expresarles a los demás lo que sientes?, ¿crees que se lo dices a menudo o lo das por sentado?, ¿te das a ti mismo el amor que expresas a los demás?