Si te interesa la respuesta a esta pregunta, este blog no puede empezar sin hacerte una pregunta previa:

¿Consideras que eres una persona muy exigente contigo misma?

Si tu respuesta es afirmativa, gozas de una fortaleza poderosa como es la ambición. A nivel cultural tendemos a relacionar la ambición con: la necesidad de poder, la falta de humildad o la arrogancia… Nada más lejos de la realidad, la ambición es uno de los motores que hacen posible el que las personas se movilicen para cumplir sus deseos siendo una cualidad positiva. Es decir, ser ambicioso significa que tienes claras tus metas y que pones todos tus recursos en marcha para alcanzar tus objetivos. Entre estos recursos están la capacidad de exigencia y de juicio crítico de nuestras propias acciones, de manera que se pueda regular la propia conducta en función de la información que nos aporta el contexto y otras personas.

¿Qué sucede cuando somos demasiado autoexigentes?

La motivación intrínseca de conseguir una meta por la propia satisfacción personal y el reconocimiento propio se hacen imprescindibles para continuar día a día luchando por ello. Sin embargo, si la autoexigencia y la autocrítica no se mantienen en equilibrio, esta cualidad puede llegar a ser un arma de doble filo que te convierte a ti mismo en tu peor juez. Cuando esto sucede:

– Las metas que tratamos de alcanzar no son realistas: de forma que perseguimos a un fantasma inalcanzable que nos atormenta.

– Sólo podemos ver los errores, subestimando todos los logros conseguidos.

– Empleamos un lenguaje negativo y acusador hacia nosotros mismos distorsionando la realidad.

– Nos olvidamos de cuidarnos, de tener autocompasión y lo único en lo que nos concentramos es en lo que “tenemos” o “debemos hacer” y no en lo que “queremos” o “nos apetece hacer”.

¿Cómo podemos recuperar el equilibrio?

1. Analiza si la meta que te has propuesto es realista: ¿tienes los medios para conseguirlo?, ¿cuánto depende de ti y cuánto no? La autoexigencia nunca termina y, a medida que vamos alcanzando objetivos, ponemos otra marca todavía más alta hasta que llegamos a límites irreales.

2. Relacionado con el punto anterior se une el ideal de perfección y control: es bueno aceptar que somos humanos y que tenemos límites, abarcarlo todo es una presión inmensa. Plantéate de verdad, ¿consideras que puedes ser perfecto/a y controlarlo todo?, ¿es eso en realidad lo que quieres?, ¿qué intentas evitar mediante ese control o no siendo perfecto?…

3. Trátate con cariño y respeto: tu mente y tu cuerpo te van a acompañar toda la vida por lo que mímalos tanto verbal como físicamente. Permítete tiempo, darte momentos para cuidarte y exigirte de una manera apropiada. Al igual que ante un examen, para poder coger fuerzas hay que descansar, distingue entre los “debo y tengo” y entre los “quiero o me apetece”; ¿crees que están a la par?

4. Valora tus logros: práctica la humildad sin que eso suponga menospreciar tus victorias. Del mismo modo que no exageras tus capacidades y cualidades positivas no hagas lo mismo con las que consideras negativas porque ambas forman parte de ti.

5. Descompón tus metas en objetivos diarios y semanales: esto te aportará mayor sensación de control y de que estás empezando a “recoger lo sembrado”. Además, podrás ir modificándolos en función de cómo vayan sucediendo las cosas en lugar de marcarte una meta inflexible.

Y, por último, la recomendación más importante es:

6. ¡Disfruta del camino! No sólo te encontrarás bien cuando llegues a la meta, sino que también se puede disfrutar del recorrido aprendiendo de ti mismo, convirtiendo las amenazas en retos y descubriendo fortalezas que no sabias que tenías.

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